Hablamos el mismo idioma, pero más de de una vez, pese a que usamos los mismos códigos, palabras o frases, no nos entendemos. El mensaje no llega a destino, o llega distorsionado, casi carente de significado.
Otras veces, el problema es que nos metemos solos en diálogos de sordos: las dos partes hablan, pero ninguna está escuchando lo que dice o intenta decir la otra parte. Y asi es difícil comunicarse, ¿no?
Hablamos y damos por sentado que el otro nos entendió, pero desafortunadamente, no siempre es así. Incluso preguntando con el clásico: “¿se entiende?”
Esto, pasa en la vida cotidiana y, obviamente, también en la vida deportiva, donde los problemas de comunicación suelen ser la madre de todos los problemas. Ejemplos hay a montones…
¿Cuántas veces nos quedamos mirando atónitos como un DT se pone loco y empieza a protestar de cara a los integrantes del banco de suplentes por el error o desobediencia que cometieron los jugadores que estaban en cancha en ese momento? Desde afuera, mirándolo con tranquilidad, se puede llegar a pensar que “está loco”, que “está haciendo docencia con los suplentes para que no se manden las mismas macanas que los que están en jugando en ese momento”, o simplemente “que son códigos y maneras de reaccionar comunes a muchos DT”. Pero la pregunta es: ¿fue efectivo ese rapto de bronca dirigido hacia el banco? Hmmm…
Poniéndonos en los zapatos del entrenador, cuyas pulsaciones suelen estar en la estratósfera, podemos comprender ese rapto de bronca pegado a su intento pedagógico de unir la descarga con la explicación para los jugadores que tiene a su lado en ese momento, pero lo cierto es que, salvo contados casos, la cosa no pasa de ese hecho aislado y más de una vez, los jugadores de campo ni se enteran lo que pasó en el banco; ergo, no siempre se enteran que hubo un error, ni que ese error provocó el estallido del DT, ni mucho menos como corregir ese error, en el que generalmente vuelven a caer minutos después.
Y este no es más que uno entre tantos ejemplos de comunicación poco efectiva.
Es cierto que, con la adrenalina a full no todos pueden pensar con claridad, y mucho menos comunicarse bien. Cuando uno está cansado, sin ir más lejos, suele agarrársela con el que tiene a mano, que no siempre es el culpable de nuestro cansancio, ¿no? Y con visión de humanidad, hay que reconocer que eso que sucede es comprensible. Pero también lo es, que podemos aprender a optimizar nuestros códigos de comunicación para sacar el mayor provecho de cualquier circunstancia de juego.
En el fútbol, donde los cambios son más acotados en cantidad, solemos ver al DT o al Ayudante de Campo dando indicaciones sin arrebatos; pero en los deportes de salón (básquet, handball, voleibol) en los que se puede disponer a voluntad del banco de suplentes, más de una vez vemos al entrenador mandar a la cancha a un jugador con un grito de enojo con la escueta indicación de: “sacalo”, “cambialo” o algo por el estilo. La bronca opera en el código comunicacional del DT provocando que no haya instrucciones en positivo para el reemplazante, que a veces termina saltando a la cancha sin saber con precisión cuál es la falla grave que cometió aquel a quien tiene que reemplazar. Y es sabido que no todos los seres humanos respondemos igual en situaciones de estrés elevado.
Basta meterse para adentro y pensar: ¿Cómo nos gustaría a nosotros que nos den una instrucción? ¿Cuál es el tono que nos enciende o nos pone en funcionamiento? ¿Hay algún tono, timbre o palabra que nos bloquea? ¿Cómo nos sentimos ante el grito o los movimientos ampulosos? Observar que nos pasa a nosotros ante este tipo de preguntas o situaciones nos va a ayudar a darnos cuenta algunas cosas respecto a este interminable tema de la “comunicación efectiva”.