Presiones

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El deporte es un juego que mueve pasiones en masa y en muchos casos, importantes cantidades de dinero. Las expectativas suelen ser grandes, sea cual fuere el objetivo deportivo o profesional que se haya trazado, y conforme uno empieza a transitar el camino hacia la meta, generalmente sin aviso previo, la mochila se nos empieza a llenar de presiones.

La necesidad de “ser protagonistas”, de que “acá no se pueda hablar de otra cosa que no sea el campeonato”, o de “mantener una beca o un sponsor”, son una constante en todos y cada uno de los ámbitos de la actividad deportiva, profesional o amateur; sensaciones que ya han llegado, incluso, al deporte formativo.

Nosotros, los humanos, los comunes, solemos hacer un culto en eso de buscarnos presiones adicionales, aún cuando no las hay. Si a veces hasta nos ponemos nerviosos en un partido de cartas con amigos, ¿cómo no me voy a cargar de presión y tensiones en algo tan pasional como el deporte?

Es cierto que, muchas veces, meternos presión para alcanzar un objetivo sirve de disparador para mejorar o potenciar nuestro rendimiento; pero nuestro interior no tiene una medida tangible como un tanque de nafta, que carga X cantidad de litros de combustible. Nuestro interior no tiene paredes firmes, se expande o se achica según nuestro estado de ánimo, por lo que, si nos cebamos y llenamos nuestro tanque con más “presión” de la aconsejable, lo más probable es que no la podamos manejar y empecemos a sentirnos mal.

La presión nos desborda y nuestra capacidad de análisis y observación de la realidad se achica considerablemente, provocando que nuestra percepción de algunos hechos no sea del todo confiable, porque inconscientemente nos empezamos a enfocar en el lado oscuro o negativo de las cosas, y no en aquello que puede servirnos como disparador positivo. En términos sencillos, burdos, “primero nos ponemos más tontos de lo habitual, y con el tiempo, ese ejercicio de mirar siempre lo negro termina convirtiéndonos en nuestro peor enemigo”.

También se da que, en el afán por “no llamar la mala onda o la energía negativa”, el tema de la presión se evita por completo, y durante gran parte del proceso no se habla de ella y se la ignora, pero… Ella está ahí… En algún recoveco, esperando agazapada el momento de entrar a escena, y cuando lo hace provoca un desbarajuste en el grupo difícil de manejar.

¿Hay alguna receta para manejarla? Si, por supuesto. El primer paso es reconocerla, aceptarla, y a partir de allí, ponerla en palabras. Ignorarla suele ser un arma de doble filo, porque generalmente se corre el riesgo de que aparezca al primer tropiezo y cope la parada. En términos deportivos, cuando tenemos que enfrentar un rival se suele hacer scouting o análisis de virtudes y puntos débiles, para saber cómo enfrentarlo en las mejores condiciones, ¿no? Bueno, una de las claves para enfrentar bien armados los miedos que vienen escondidos detrás de las presiones, es estudiarlos, conocerlos a fondo, y eso se logra hablando, compartiendo con nuestros compañeros, equipo de trabajo o el psicólogo, el peso que viene con ellos.

Hablar sirve como herramienta de descarga y como elemento unificador y clarificador, en el camino de buscarle salidas a la situación presionante. Hablando podemos minimizar o agrandar situaciones, y, sobre todo, podemos poner en claro objetivos y metas. Y en ese tren, el apoyo psicológico para el deportista de alta competencia suele ser clave, porque aprender a pensar sobre los hechos y enfocarlos desde el ángulo que más me convenga, es algo sobre lo que hay que trabajar, y con ayuda profesional suele ser más fácil de conseguir.


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