Los tiempos cambiaron y los chicos vienen, casi de fábrica, con acceso a la información ilimitado en sus smartphones. La información, sabemos, empodera a quien la posee, que se siente autosuficiente y, en muchos casos, capaz de cuestionar o poner en duda la idoneidad o capacidad del adulto que tiene delante. Esos chicos inician desde ese punto de partida su camino en el deporte, sobreprotegidos por un entorno que pondera (muchas veces más de la cuenta) sus condiciones.
Del otro lado, tenemos entrenadores que, por lo general, siguen formándose en escuelas dirigidas por capacitadores que se mueven en una peligrosa franja que va del “todo tiempo pasado fue mejor” (que incluye el famoso y aberrante “el mejor psicólogo del equipo soy yo”), a otro espacio que intenta abrirse hacia los cambios, pero aún sin las herramientas indicadas.
Gran parte de las escuelas o cursos de entrenadores suelen trabajar de costado, o sin profundidad o actualización, todo lo que rodea a la psicología deportiva, y eso suele arrojar como producto entrenadores que ningunean el valor de la disciplina, u otros que reciben algún tipo de formación teórica o atrasada, que los pone en desventaja a la hora de encarar el proceso de formación o de armado de equipos con los deportistas de las “nuevas generaciones”.
Por todo esto, no contar en la estructura de los clubes con la presencia de Psicólogos Deportivos que puedan trabajar con entrenadores y jugadores para mejorar la transmisión y la comunicación, así como también colaborar en el proceso de contención, acompañamiento y psicoeducación de los deportistas es, como mínimo, dar una enorme ventaja.
De todos modos, más allá de la presencia de Psicólogos en las estructuras de los clubes, también es vital, en el camino de desarrollo de un deportista, que el/la joven, tenga el apoyo de su propio psicólogo deportivo. Porque en tiempos en los que las presiones y los niveles de ansiedad han aumentado a limites inimaginables 20 años atrás, que el/la deportista tenga su propio soporte es determinante, para asegurar que las virtudes se potencien, multipliquen, y no se pierdan en el camino por la intrusión de factores externos, emociones negativas o simplemente, por no estar preparado/a para el difícil momento de la transición al profesionalismo.