Mientras algunas ligas europeas empiezan a dar sus primeros pasos, tanto en materia competitiva como regresando a las prácticas, en medio de puntillosos protocolos de seguridad; de este lado del mundo seguimos transitando la meseta del hastío (producto de los dos meses de aislamiento social), al tiempo que nos vamos preparando para, primero soñar, y luego planificar el regreso a la actividad.
No hace falta tener la bola de cristal para anticipar que la cuarentena va a dejar secuelas en lo psicológico, y el deporte no tiene por qué ser la excepción a la regla. La falta de competencia, sumado a la falta de entrenamiento serio y a la ausencia de objetivos reales y tangibles (el faro que guía a todos los deportistas) van a hacer de las suyas en el retorno, y el gran desafío es trabajar para disminuir riesgos y consecuencias, tanto en lo físico, como en lo psicológico.
Los puntos salientes a atacar en lo mental apuntan a dos focos bien claros: la ansiedad y las ganas de volver a entrenar / jugar; y el inevitable miedo al contagio.
Sabemos que la ansiedad, cuando se va de los limites esperables o controlables, puede causar estragos en las personas, que entre sus consecuencias más conocidas sufren alteraciones de conducta leves, somatizaciones (con el insomnio a la cabeza en muchos casos) y un desgaste mental importante, que luego termina atentando contra la capacidad de enfocar. Todos esos puntos pueden poner al deportista ante el riesgo de sufrir una lesión. Lesión por falta de entrenamiento y forzar la máquina más de la cuenta (atención atletas, pero especialmente entrenadores y preparadores físicos); o lesiones producto de choques o torsiones producto de la falta de distancia y/o por tener la cabeza no del todo metida en la tarea, lo que puede provocar una incoordinación y con ella…
El alerta de lesión tiene que trabajarse desde las cabezas (entrenadores) hacia abajo, buscando generar que la paciencia le gane a las ganas de ponerse bien rápido, y para ello hay que trabajar con los deportistas sobre el cuidado y conocimiento de su cuerpo, buscando generar pequeños llamadores que ayuden al cuidado de la “maquina”, para que no se rompa. Es muy importante trabajar contra la creencia de que “tenemos que recuperar el tiempo perdido” o sin entrenar o jugar. Debemos tomar conciencia que el reloj paró para todos, que todos empezamos de nuevo, y que el apuro, después de este estresante parate, no es el mejor aliado.
Sumado a esto, y por si fuera poco… No hay que perder de vista el miedo al contagio (algo que debería ser testeado de la manera más seria posible), para poder encararlo desde lo psicológico, ya que ese miedo también puede ser causa de un fuera de foco que lleve a desconcentraciones, roces, alteraciones de carácter y… lesiones.
Mucho trabajo para los psicólogos, en el abordaje preventivo y la contención y guía en este proceso, que demandará una gran apertura de entrenadores y cuerpos técnicos, ya que ellos también pueden caer presos de su propia ansiedad.
“¿Cómo hacemos los que no tenemos psicólogos en el club?”, me preguntaban en una de las tantas charlas que dimos en estos días por diferentes plataformas. Y la respuesta es, buscando apoyo y capacitándose, para tener claro que esta vuelta no es una más después de unas vacaciones, sino una muy diferente, en marco, situación y condiciones, y que como tal demandará un trabajo especial para poder afrontarla y sortearla con éxito.
La cabeza también juega, y ante la duda, como digo siempre, no dejes de consultar a tu psicólogo amigo o de confianza. La Psicología Deportiva se trata, fundamentalmente, de generar fortalezas.