La metáfora suena un tanto aterradora, pero lo cierto es que el salto del deporte formativo al profesionalismo o alto rendimiento es muy similar a un salto al vacío.
Deportistas que se preparan durante años y años para llegar a “ese” anhelado momento, terminan muchas veces dando su nariz contra la pared de manera brutal, recibiendo heridas que más de una vez terminan condicionando para siempre su futuro deportivo.
¿Cómo es esto de que “se preparan” y terminan heridos de muerte? En muchos casos, porque la preparación que recibieron no fue la adecuada, o no contempló algunos detalles claves, que generalmente no tienen que ver con la calidad de la formación técnico/táctica o física, sino más precisamente en el “factor humano”.
A priori, podría suponerse que cobijar a los noveles deportistas en una buena estructura deportiva podría ayudar a evitar este temido golpe contra la pared, o que transitar el proceso formativo en un club grande o de aquellos que ponen el ojo en sus canteras, podría prepararlos mejor. Pero desafortunadamente, no hay garantías ni patrones estadísticos que avalen esta presunción, y más de una vez, son los chicos con talento, de exitoso paso por las inferiores, los que primero reciben el mazazo de realidad.
Las razones hay que buscarlas en una pata vital del proceso formativo: el “factor humano”, ese que muchas veces, sin querer o queriendo, suele ser dejado de lado aún en las estructuras más importantes.
En lo estrictamente formativo, se apunta a formar deportistas bien fundamentados física, técnica y tácticamente, dejando en manos de los entrenadores de turno aquello que tiene que ver con la personita que está debajo del uniforme deportivo. Entrenadores que, en muchos casos, suelen tener una amplia formación o conocimientos en lo que a su deporte respecta, pero que no siempre están debidamente aggiornados en lo que atañe a conceptos de psicología aplicada al deporte, pedagogía o, sencillamente, actualización de conocimientos en lo que respecta a manejar grupos de adolescentes en los tiempos que corren.
Así y todo, hoy en día, en innumerables estructuras deportivas, los planteles superiores suelen recibir jugadores con serias carencias en aspectos técnicos, con pobres o insuficientes conocimientos tácticos, y lo que es aún peor, con poca conciencia de cómo deben cuidar su cuerpo, que no es otra cosa que su herramienta de trabajo. Es decir, deportistas con una formación deficiente. A lo que hay que sumarle que un alto porcentaje de los chicos que llegan, por el contexto en el que fueron educados deportivamente, suelen tener problemas de concentración, y una marcada endeblez en lo que tiene que ver con su autoestima, sus niveles de confianza y la capacidad para enfrentar momentos difíciles o de presión o reponerse a una frustración.
Todas estas carencias o faltantes ponen en riesgo la inversión realizada durante tantos años, ya que en el mejor de los casos retrasa la explosión del jugador en cuestión, y el peor de esos casos, termina con un talento más que se queda en el camino por no llegar a plasmar lo que prometía.
¿Cómo es que un deportista con condiciones, cobijado en una buena estructura, termina derrapando en la primera curva? La pregunta no tiene una sola respuesta, dado que cada persona es un mundo diferente, pero si podemos encontrar fácilmente algunos patrones comunes, que arrancan por la sobreprotección a que está sometido generalmente el chico con algún talento o potencial durante su formación. El chico talentoso o dotado llega, en primer lugar, de la mano de padres que sueñan o empiezan a construir su mundo alrededor de su pichón de crack, por razones que no necesariamente van de la mano del dinero. Entonces, los cuidados y la sobreprotección arrancan en casa, y se prolongan en el club, donde entrenadores y dirigentes suelen llenarlo, con las mejores intenciones, de mimos y cuidados que, en el mundo mediatizado en el que vivimos, suelen ser malinterpretados por un joven que se acostumbra a ese tipo de sobreprotección, que luego termina extrañando cuando pega el salto a la categoría superior, donde en 9 de cada 10 casos, deja de ser el crack de su equipo para convertirse en el pibe que tiene que ganarse un lugar, situación que lo descoloca terriblemente y que suele terminar desmoronando su mundo como un castillo de naipes.
Las soluciones, o salidas, para evitar que el salto sea efectivamente al vacío, es apostar a la formación de los chicos, pero también de sus padres y entrenadores. El mundo está en un constante proceso de cambio y adaptarse a esos cambios es vital para que el salto, para el que los chicos se han preparado durante años, sea hacia el lugar al que ellos soñaron, y no hacia el vacío en el que suelen caer producto de algunas de las razones mencionadas en este artículo.